PRIMERA SEMANA DEL MARATÓN
El
Maratón de este curso pretende conmemorar el 4º centenario de la
muerte de dos grandes escritores de la literatura universal:
Cervantes y Shakespeare, por ello hemos buscado textos relacionados
con sus obras más importantes.
Este
primer texto pertenece a un cuento que se relata en la 2ª parte de
Don Quijote de La Mancha
–Suplico
a vuestras mercedes que se me dé licencia para contar un cuento
breve que sucedió en Sevilla, que, por venir aquí como de molde, me
da gana de contarle.
Dio
la licencia don Quijote, y el cura y los demás le prestaron
atención, y él comenzó desta manera:
–«En
la casa de los locos de Sevilla estaba un hombre a quien sus
parientes habían puesto allí por falto de juicio. Era graduado en
cánones por Osuna, pero, aunque lo fuera por Salamanca, según
opinión de muchos, no dejara de ser loco. Este tal graduado, al cabo
de algunos años de recogimiento, se dio a entender que estaba cuerdo
y en su entero juicio, y con esta imaginación escribió al
arzobispo, suplicándole encarecidamente y con muy concertadas
razones le mandase sacar de aquella miseria en que vivía, pues por
la misericordia de Dios había ya cobrado el juicio perdido; pero que
sus parientes, por gozar de la parte de su hacienda, le tenían allí,
y, a pesar de la verdad, querían que fuese loco hasta la muerte.
El
arzobispo, persuadido de muchos billetes concertados y discretos,
mandó a un capellán suyo se informase del retor de la casa si era
verdad lo que aquel licenciado le escribía, y que asimismo hablase
con el loco, y que si le pareciese que tenía juicio, le sacase y
pusiese en libertad. Hízolo así el capellán, y el retor le dijo
que aquel hombre aún se estaba loco: que, puesto que hablaba muchas
veces como persona de grande entendimiento, al cabo disparaba con
tantas necedades, que en muchas y en grandes igualaban a sus primeras
discreciones, como se podía hacer la experiencia hablándole. Quiso
hacerla el capellán, y, poniéndole con el loco, habló con él una
hora y más, y en todo aquel tiempo jamás el loco dijo razón
torcida ni disparatada; antes, habló tan atentadamente, que el
capellán fue forzado a creer que el loco estaba cuerdo; y entre
otras cosas que el loco le dijo fue que el retor le tenía ojeriza,
por no perder los regalos que sus parientes le hacían porque dijese
que aún estaba loco, y con lúcidos intervalos; y que el mayor
contrario que en su desgracia tenía era su mucha hacienda, pues, por
gozar della sus enemigos, ponían dolo y dudaban de la merced que
Nuestro Señor le había hecho en volverle de bestia en hombre.
Finalmente, él habló de manera que hizo sospechoso al retor,
codiciosos y desalmados a sus parientes, y a él tan discreto que el
capellán se determinó a llevársele consigo a que el arzobispo le
viese y tocase con la mano la verdad de aquel negocio.
Con
esta buena fe, el buen capellán pidió al retor mandase dar los
vestidos con que allí había entrado el licenciado; volvió a decir
el retor que mirase lo que hacía, porque, sin duda alguna, el
licenciado aún se estaba loco. No sirvieron de nada para con el
capellán las prevenciones y advertimientos del retor para que dejase
de llevarle; obedeció el retor, viendo ser orden del arzobispo;
pusieron al licenciado sus vestidos, que eran nuevos y decentes, y,
como él se vio vestido de cuerdo y desnudo de loco, suplicó al
capellán que por caridad le diese licencia para ir a despedirse de
sus compañeros los locos. El capellán dijo que él le quería
acompañar y ver los locos que en la casa había. Subieron, en
efecto, y con ellos algunos que se hallaron presentes; y, llegado el
licenciado a una jaula adonde estaba un loco furioso, aunque entonces
sosegado y quieto, le dijo:
-
‘‘Hermano mío, mire si me manda algo, que me voy a mi casa; que
ya Dios ha sido servido, por su infinita bondad y misericordia, sin
yo merecerlo, de volverme mi juicio: ya estoy sano y cuerdo; que
acerca del poder de Dios ninguna cosa es imposible. Tenga grande
esperanza y confianza en Él, que, pues a mí me ha vuelto a mi
primero estado, también le volverá a él si en Él confía. Yo
tendré cuidado de enviarle algunos regalos que coma, y cómalos en
todo caso, que le hago saber que imagino, como quien ha pasado por
ello, que todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos
vacíos y los cerebros llenos de aire. Esfuércese, esfuércese, que
el decaimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la
muerte’’.
Todas
estas razones del licenciado escuchó otro loco que estaba en otra
jaula, frontero de la del furioso, y, levantándose de una estera
vieja donde estaba echado y desnudo en cueros, preguntó a grandes
voces quién era el que se iba sano y cuerdo.
El
licenciado respondió: ‘‘Yo soy, hermano, el que me voy; que ya
no tengo necesidad de estar más aquí, por lo que doy infinitas
gracias a los cielos, que tan grande merced me han hecho’’.
‘‘Mirad lo que decís, licenciado, no os engañe el diablo
–replicó el loco–; sosegad el pie, y estaos quedito en vuestra
casa, y ahorraréis la vuelta’’.


A
lo que respondió el capellán: ‘‘Con todo eso, señor Neptuno,
no será bien enojar al señor Júpiter: vuestra merced se quede en
su casa, que otro día, cuando haya más comodidad y más espacio,
volveremos por vuestra merced’’.
Rióse
el retor y los presentes, por cuya risa se medio corrió el capellán;
desnudaron al licenciado, quedóse en casa y acabóse el cuento.»
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