Mi madre me había preparado para ir al Museo del Prado: una tortilla de patatas, unos filetes empanados y un bollicao de postre. Cuando lo saqué en el autobús, Yihad me dijo que yo era un pedazo de hortera y que parecía que en vez de ir al Museo del Prado me iba de acampada a Miraflores de la Sierra. Me dio tanta rabia que le dije: «¿Quieres?» Y el tío se me comió media tortilla, pero ya no me volvió a llamar hortera. Si se llega a enterar mi madre me mata, porque dice que siempre me comen el bocadillo los demás niños del mundo mundial. Bueno, cuando mejor lo estábamos pasando,

Nunca llegué a ver ese cuadro porque por el camino vimos uno en el que salían tres tías bastante antiguas. Se veía que eran antiguas porque tenían, como dice mi madre, el tipo del tordo: la cabeza pequeña y el culo gordo. Y nos quedamos allí plantados, el Orejones, Yihad y yo, delante de él todo el rato; porque en ese museo ves un cuadro y ya te haces a la idea de todos los demás porque se parecen bastante, la verdad.
Las tres melonas antiguas estaban desnudas y tenían unas cacho piernas que te da una tía de esas con una de sus cacho piernas y te has muerto con todo el equipo para el resto de tu vida.
De repente, el Orejones leyó el título y resultó que el cacho cuadro se llamaba Las tres gracias. Yihad se cayó al suelo de la risa y acto seguido nos tiramos el Orejones y yo para no ser menos. Yihad se sacó un rotulador de la chupa para escribir en el cuadro: Las tres gordas, y entonces se acercó corriendo el guardia del Museo y nos preguntó por nuestra señorita y nos llevó prácticamente esposados a donde estaba la sita Asunción, que estaba con toda la clase viendo un cuadro de toda una familia mirando de frente, como el vídeo que tenemos nosotros del bautizo del Imbécil.
A mí me temblaban hasta los cristales de las gafas, pero entonces sucedió algo que cambió completamente el curso de nuestras vidas. Mientras la sita Asunción hablaba del cuadro vi cómo un tío se colocaba a su lado. El tío... el tío...¡era el mismo que nos había querido atracar a mi abuelo y a mí! Antes de que el guardia del Museo pudiera chivarse sin piedad, yo me tiré a los brazos de mi sita Asunción nunca creí que fuera a caer tan bajo y le dije:
–Sita Asunción, le está intentando quitar el bolso el famoso atracador de Mota del Cuervo, Cuenca, que además de no tener el SIDA es hijo de Joaquina, la Ceporra.
La sita Asunción se quejó al guardia por la poca protección que había en el Museo y a mí me dio un beso y me dijo que podía ir en la primera fila del autocar con ella en mérito al honor o al soldado desconocido, no me acuerdo. Antes de salir a la calle entramos todos en el water del Museo para mear, que es lo que hacemos siempre que nos llevan a cualquier sitio, y allí estaba el atracador. Me coge del brazo y me dice:
–Mira, Gafotas –no me puedo explicar cómo sabías mi mote– vine de Mota del Cuervo a Madrid porque en esta ciudad no me conoce nadie y resulta que me vas a jorobar tú todos los días el negocio.

La Sita Asunción no me regañó por una vez en la historia cuando llegué tarde al autobús; me estaba esperando en la primera fila. Y yo me senté delante de las narices de todos mis compañeros, al lado de ella, en mi nuevo papel de niño pelota.
FIN
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