martes, 15 de marzo de 2011

DON QUIJOTE EN FORMATO INTERACTIVO



La primera edición de las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha está disponible en formato interactivo. Así lo ha dispuesto la Biblioteca Nacional de España (BNE), con un proyecto en el que ha subido a la web una versión digitalizada de los ejemplares de 1605 y de 1615, que conserva la institución en su acervo.

El proyecto, que ha sido denominado Quijote interactivo, permite un nuevo acercamiento a la obra cumbre de Miguel de Cervantes, considerada una de las mejores novelas publicadas en idioma español. Además de la posibilidad de ojear las páginas digitales del libro ambientadas con música de fondo, la plataforma ofrece también una serie de contenidos que ayudan a contextualizar la lectura.

Entre los complementos que contiene el sitio está un mapa con las aventuras del Quijote y una galería con ilustraciones de los personajes de la obra, así como de algunos de sus momentos más emblemáticos. Igualmente, está disponible un apartado para los libros de cabellería, en donde se examinan las relaciones del texto de Cervantes con los de otros héroes caballerescos.

Según datos de la Biblioteca Nacional, la iniciativa reúne material proveniente de 43 ediciones distintas que incluye 1.282 páginas (las dos partes de la obra), 165 ilustraciones y mapas, 37 portadas y cubiertas, 21 obras relacionadas y 13 pistas de música. El acceso a toda está información está facilitado por funcionalidades como zoom de alta calidad, búsquedas sobre el texto y opciones de impresión.

En el desarrollo del proyecto se invirtieron más de 5.000 horas de trabajo. Fue un esfuerzo conjunto entre bibliotecarios, expertos en literatura, arte y música de la época, programadores, analistas y diseñadores gráficos. La coordinación general estuvo a cargo de Gloria Pérez-Salmerón, directora de la Biblioteca Digital y Sistemas de Información de la BNE. El Centro de Investigación del Texto Digital, de la Universidad Complutense de Madrid, también participó en la gestación de la plataforma.


Fuente: El País

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sábado, 5 de marzo de 2011

LOS ORÍGENES DE LAS BIBLIOTECAS



Cuando nuestros genes no pudieron almacenar toda la información necesaria para la supervivencia, inventamos lentamente los cerebros. Pero luego llegó el momento, hace quizás diez mil años, en el que necesitamos saber más de lo que podía contener adecuadamente un cerebro. De este modo aprendimos a acumular enormes cantidades de información fuera de nuestros cuerpos. Según creemos somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se llama biblioteca. 

Un libro se hace a partir de un árbol. Es un conjunto de partes planas y flexibles (llamadas todavía "hojas") impresas con signos de pigmentación oscura. Basta echarle un vistazo para oír la voz de otra persona que quizás murió hace miles de años. El autor habla a través de los milenios de modo claro y silencioso dentro de nuestra cabeza, directamente a nosotros. La escritura es quizás el mayor de los inventos humanos, un invento que une personas, ciudadanos de épocas distantes, que nunca se conocieron entre sí. Los libros rompen las ataduras del tiempo, y demuestran que el hombre puede hacer cosas mágicas. 

Algunos de los primeros autores escribieron sobre barro. La escritura cuneiforme, el antepasado remoto del alfabeto occidental, se inventó en el Oriente próximo hace unos 5.000 años. Su objetivo era registrar datos: la compra de grano, la venta de terrenos, los triunfos del rey, los estatutos de los sacerdotes, las posiciones de las estrellas, las plegarias a los dioses. Durante miles de años, la escritura se grabó con cincel sobre barro y piedra, se rascó sobre cera, corteza o cuero, se pintó sobre bambú o papiro o seda; pero siempre una copia a la vez y, a excepción de las inscripciones en monumentos, siempre para un público muy reducido. Luego, en China, entre los siglos segundo y sexto se inventó el papel, la tinta y la impresión con bloques tallados de madera, lo que permitía hacer muchas copias de una obra y distribuirla. Para que la idea arraigara en una Europa remota y atrasada se necesitaron mil años. Luego, de repente, se imprimieron libros por todo el mundo. Poco antes de la invención del tipo móvil, hacia 1450 no había más de unas cuantas docenas de miles de libros en toda Europa, todos escritos a mano; tantos como en China en el año 100 a. de C., y una décima parte de los existentes en la gran Biblioteca de Alejandría. Cincuenta años después, hacia 1500, había diez millones de libros impresos. La cultura se había hecho accesible a cualquier persona que pudiese leer. La magia estaba por todas partes. 

Más recientemente los libros se han impreso en ediciones masivas y económicas, sobre todo los libros en rústica. Por el precio de una cena modesta uno puede meditar sobre la decadencia y la caída del Imperio romano, sobre el origen de las especies, la interpretación de los sueños, la naturaleza de las cosas. Los libros son como semillas. Pueden estar siglos aletargados y luego florecer en el suelo menos prometedor. 
 
Las grandes bibliotecas del mundo contienen millones de volúmenes, el equivalente a unos 1014 bits de información en palabras, y quizás a 1015 en imágenes. Esto equivale a diez mil veces más información que la de nuestros genes, y unas diez veces más que la de nuestro cerebro. Si acabo un libro por semana sólo leeré unos pocos miles de libros en toda mi vida, una décima de un uno por ciento del contenido de las mayores bibliotecas de nuestra época. El truco consiste en saber qué libros hay que leer. La información en los libros no está preprogramada en el nacimiento, sino que cambia constantemente, está enmendada por los acontecimientos, adaptada al mundo. Han pasado ya veintitrés siglos desde la fundación de la Biblioteca alejandrina. Si no hubiese libros, ni documentos escritos, pensemos qué prodigioso intervalo de tiempo serían veintitrés siglos. Con cuatro generaciones por siglo, veintitrés siglos ocupan casi un centenar de generaciones de seres humanos. Si la información se pudiese transmitir únicamente de palabra, de boca en boca, qué poco sabríamos sobre nuestro pasado, qué lento sería nuestro progreso. Todo dependería de los descubrimientos antiguos que hubiesen llegado accidentalmente a nuestros oídos, y de lo exacto que fuese el relato. Podría reverenciarse la información del pasado, pero en sucesivas transmisiones se iría haciendo cada vez más confusa y al final se perdería. Los libros nos permiten viajar a través del tiempo, explotar la sabiduría de nuestros antepasados. La biblioteca nos conecta con las intuiciones y los conocimientos extraídos penosamente de la naturaleza, de las mayores mentes que hubo jamás, con los mejores maestros, escogidos por todo el planeta y por la totalidad de nuestra historia, a fin de que nos instruyan sin cansarse, y de que nos inspiren para que hagamos nuestra propia contribución al conocimiento colectivo de la especie humana. Las bibliotecas públicas dependen de las contribuciones voluntarias. Creo que la salud de nuestra civilización, nuestro reconocimiento real de la base que sostiene nuestra cultura y nuestra preocupación por el futuro, se pueden poner a prueba por el apoyo que prestemos a nuestras bibliotecas. (pp. 279-82)

Carl Sagan.   Sobre las bibliotecas.



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